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MensajeTema: Salón de la Fama   Salón de la Fama Icon_minitimeVie Jun 21, 2013 1:02 pm

En este tema se publicarán todas las historias, las imágenes, los dibujos... todo lo que haya ganado un concurso OML






P.D: No comentar aquí.
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MensajeTema: Re: Salón de la Fama   Salón de la Fama Icon_minitimeVie Jun 21, 2013 1:08 pm

Primer concurso de escritura:


La tercera tumba de la tercera fila
Por Irene E. Garrido
Ella pasea por entre las lápidas cubiertas de polvo. Se protege con una sombrilla negra igual a su ropa de luto. No importa si llueva, nieva o hace sol, siempre está en el cementerio a las 6 de la tarde en punto, ni un minuto después. Recorre el sendero principal bordeado de grandes y tristes cipreses, luego dirige sus pasos hacia la tercera tumba de la tercera fila. Y allí observa el mármol durante largos minutos. No llora, no sonríe nostálgicamente. Sólo mira. Hoy sus ojos parecen más vacíos que otras veces, como si tratara de recordar la razón o la persona por la que está allí, de pie, frente a la tercera tumba de la tercera fila. No creo que se acuerde, sin embargo continúa viniendo.
Llevo una década trabajando de sepulturero en este cementerio, es un trabajo lucrativo para alguien solo en el mundo. Nunca estuve acompañado, nací huérfano. Nunca amé a una mujer, pues nunca tuve alguna. Moriré en unos cuantos días, pero dudo que le encuentre diferencia. 
El caso es que en un principio sospechaba que la mujer era un fantasma. No le temía a la posibilidad de que así fuera, quienes han vivido mucho tiempo en este lugar, ven de todo y aprenden a aceptar, callar y no darle vueltas al asunto. Sencillamente, yo tenía curiosidad. Mis dudas se aclararon cuando ella llevó magnolias un domingo; porque Rose, la encargada del puesto de flores que se encuentra en la entrada principal me había regalado una magnolia mientras parloteaba acerca de su mejor cosecha de magnolias del año. Saca cuentas y el resultado es obvio.
Hace unas semanas, me acerqué a la tercera tumba de la tercera fila y leí la inscripción:


''El amor no muere, las personas sí''
Aquí descansa en paz
Esteban García
20 de septiembre de 1942
1 de noviembre de 1964*
Su esposa, Marissa

¡Este hombre llevaba muerto casi 35 años! Tampoco es que la mujer (probablemente Marissa) fuera muy joven. Las arrugas recorrían su piel pálida igual a millares de caminitos y su cabello negro perdía el color. ¿Quién sabe?
Ayer acudí al médico a mi revisión anual. Su ceño estaba fruncido durante toda la cita. Yo no me preocupé por las posibles malas noticias que el gesto auguraba, la muerte no me quitará nada, ya que realmente no poseo nada. 
Al final, el doctor tomó asiento tras su escritorio de nogal, juntó los dedos encima de la mesa, reemplazó sus cejas arqueadas por una expresión neutra, aunque la pena podía adivinarse en sus pupilas, se aclaró la garganta nerviosamente y dijo: 
—Lo siento, señor. Le quedan dos semanas de vida.
No pedí explicaciones. Asentí complacido con su honestidad algo brutal, agradecí por su excelente servicio y salí del consultorio. Si el final viene a por ti y no tienes que ir a encontrarlo, no queda otra opción que dejarse llevar. Nunca amé, nunca viví. Sin amor no existe vida, ni dolor; no gano, ni pierdo. Sencillamente me voy.
Ahora escribo está última carta, queriendo resolver el misterio de la mujer y la tercera tumba de la tercera fila. Mi plan no es el de preguntarle, o curiosear. Yo lo imaginaré. Claro que acepto que es una especie de capricho, no obstante, será el único que sí realicé. Quizá no se asemeje a lo que sucedió en realidad, pero lo intentaré. Al final eso vale. 
»Marissa vivía sus días en una monotonía absurda. Levantarse, trabajar de mesera en ese cuchitril llamado restaurante, volver a casa a las 8:30 y dormir. ¡Tenía 17 años, por el amor de Dios! Debería estar viviendo la vida, divirtiéndose. En cambio, sus padres la obligaban a ocuparse hasta que el verano terminara y la universidad empezara. Eso era un auténtico martirio, qué se le iba a hacer.
Un caluroso atardecer de agosto, ella servía hamburguesas y grasientas papas fritas a un hombre joven que le estaba insinuando cosas asquerosas desde que había entrado al local. Él intentó halarle la falda y Marissa le clavó su mirada de ''Tócame y te muerdo''. Funcionaba siempre. La campanilla sonó y su compañera Betty corrió a por el nuevo cliente. Mientras limpiaba mesas de espalda a las otra mesera, escuchaba palabras sueltas pronunciadas en tono extremadamente meloso, respondidas por monosílabos secos y varoniles. Sonrió y se giró para salvar a este hombre de las garras de Betty. Enseguida notó cómo su corazón aumentaba el ritmo. Él era muy guapo, del tipo que posan en portadas de revistas promocionando ropa interior. Pómulos altos, cabello negro cortado militarmente, penetrantes ojos verdes y músculos macizos. Lindo, pero su uniforme pertenecía al ejército. Su hermano mayor había muerto en el ejército. Marissa no quería saber nada acerca de guerras o la estúpida llamada del deber. La llamada del deber había matado a su esposo, fuese quien fuese. 
Recogió la bandeja y caminó a la cocina, con pasos decididos. Sentía, por alguna extraña razón, la mirada del hombre en su nuca. Probablemente, estaría mirando su trasero gigante y feo, no su nuca.
—¿Qué cuentas, Issa? —el cocinero rió y colocó en la parrilla un gran filete de res. 
—Bill, ya te dije que mi nombre es Marissa. Deja de buscarme apodos. ¿Y tu esposa? ¿Tu hijo? —preguntó ella apoyándose en una encimera.
—Bien alimentados y felices. Me basta con eso.
—¡MARISSA!
Saltó en su lugar, la voz de Betty resultaba... estridente. La camarera no le dio tiempo para contestar y dijo sonando molesta:
—Esteban te quiere a ti.
Marissa dudó confundida.
—¿Esteban?
Betty se sacó el chicle de la boca y lo tiró al suelo.
—El militar caliente.
Ella negó y se cruzó de brazos. No iría.
—Atiéndelo tú, sé que lo deseas.
—Sí, pero él te pidió a ti —replicó.
—Debe haberse confundido. 
—Tú eres la única morena de hermosa sonrisa y ojos celestes. 
Marissa comenzaba a excusarse cuando Bill se metió a la conversación.
—Issa, recuérdame el emblema de mi restaurante. 
Puso los ojos en blanco y murmuró, guardando una libreta en el bolsillo de su delantal.
—Complacemos al cliente.
—Exacto, anda muchacha. Complace al cliente. 
Marissa salió de la cocina y dirigió sus pasos hacia el militar, Esteban, que la perseguía con su mirada. 
—Restaurante Bill's, ¿cuál es su orden? —libreta en mano, le preguntó vagamente.
Él inclinó su fibroso cuerpo sobre la mesa y más cerca de ella y dijo:
—A ti.
La chica casi se atraganta. Ningún cliente había sido tan directo. Ninguno tampoco había hecho a su corazón latir tan rápido. Sonrojada, repuso.
—Eso no está en el menú.
El hombre le dio una de sus sonrisas pícaras y ella apretó los labios tratando de no devolverla. La miraba, repentinamente, extendió su mano. 
—Soy Esteban García. 
Ella colocó su mano en la de él. Y experimentó química. Se preguntó qué significaba.
—Soy Marissa.
Esteban jugueteó con sus dedos.
—¿Marissa qué?
—Marissa la camarera para ti —alzó sus cejas y por fin le devolvió una sonrisita—. Entonces, ¿qué pedirás?
Así se sucedieron los días, uno tras otro. Esteban cenaba todas las tardes en el restaurante y Marissa era su camarera. Llegaron a entablar amistad. E incluso ella empezó a amarlo en secreto. ¿Él? Él jamás había conocido a una mujer igual, él jamás se había cautivado tanto por unos ojos celestes. Quizá no decía ''La amo'', pero sabía que no podría vivir sin la sonrisa de blancos dientes que ella le regalaba cuando le veía sentado en su mesa de siempre. 
Una noche, la invitó al autocine. Marissa estaba hermosa en su vestido azul que acentuaba su mirada. Fue una velada fantástica, mágica. Al dejarla en su casa, se inclinó y la besó. De repente, ni él mismo lo esperaba. Pero Esteban supo. 
Dos semanas más tarde, entró al restaurante, divisó a Marissa limpiando mesas. Caminó deteniéndose detrás de ella, se arrodilló y le pidió matrimonio con el anillo de su abuela. Temblaba, aliviado, en el momento que escuchó su emocionado sí. 
El día de su boda, medio mes después, juraron amarse por siempre. No hubo un ''hasta que la muerte nos separe'', porque la muerte no los separaría. 
Claro que la muerte, ofendida, decidió ponerlos a prueba. 
Un soleado mediodía de primavera, Marissa cosía sentada en una silla en el portal de su hermoso hogar. Vigilaba la llegada de su esposo. Los niños corrían persiguiendo una pelota. Los niños... La imagen de Esteban subiendo las escaleras del porche reemplazó lo demás. Su corazón latió desenfrenado, pero cayó al ver lo que traían sus manos. Una carta amarilla, temida por cada hombre mayor de 18 años. Él escondía la cara, le temblaban los dedos. 
—Seré reclutado. A Vietnam. —Sus ojos sufrían en silencio y la sonrisa que mostraba era forzada. 
Los claros irises de ella se inundaron de lágrimas. No otra vez, pensaba, por favor no
Penetró a la casa, pisando fuerte y dándole la espalda. 
—No puedes.
Giró sobre sus talones y preguntó evitando mirarla. 
—¿Por qué? Es la llamada del deber.
Marissa respiró hondo, tragándose el bloque de dolor cubriéndole las cuerdas vocales. Se puso en pie y susurró agachando el rostro. 
—Porque… estoy embarazada.
Los segundos dejaron de correr y el sol se fue a buscar un sitio más alegre en el cuál expandir su calor. O eso apreció la joven pareja. 
Repentinamente, ella se encontró entre los brazos de su esposo, donde las cosas no estaban tan mal, donde se sentía segura. Él abrazaba a su esposa y también a su hijo, y si pudiera elegir, nunca se marcharía. 
Acarició su largo cabello negro y le dijo al oído:
—No importa si regreso o no. La muerte no va a separarnos. ¿Me lo prometes?
Sus ojos se conectaron. Celeste y verde fundiéndose. 
—Te lo prometo.
Dos cosas sucedieron: Él no regresó y la muerte no los separó.
Y cada día desde que Marissa se enteró de la muerte de Esteban, visita el cementerio, para ver a su esposo que duerme esperándola en la tercera tumba de la tercera fila.
Porque el amor no muere pero las personas sí. 

*1 de Noviembre de 1964

Vietnam del Norte ataca la Base Aérea de Bien Hoa, cerca de Saigón. 4 americanos mueren y otros 76 resultan heridos.
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MensajeTema: Re: Salón de la Fama   Salón de la Fama Icon_minitimeVie Jun 21, 2013 1:13 pm

Primer concurso de diseño:


Firma oficial para publicidad OML.
Ganadora Eneritz


Salón de la Fama 35bbf28
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MensajeTema: Re: Salón de la Fama   Salón de la Fama Icon_minitimeVie Jun 21, 2013 1:15 pm

Primer concurso de música:


¿Por qué te gusta ese grupo y cómo lo conociste?
Ganadora Kate Angels




Banda :Tokio Hotel Salón de la Fama SUVku43Ez7w
Genero:Rock 
Como los conociste? :Los conoci gracias a una fan-fic que lei pusieron al guitarrista de la banda como villano me llamo mucho la atencion.Decidi buscar algo sobre ellos y vi su video Moonson y me enamore de la banda tal vez creo que fue la mirada de Bill en el video y como cantaba y la forma en que me llego desde ahi me converti en Alien .Los intengrantes se llaman Bill Kaulitz (Vocalista),Tom Kaulitz (Guitarra y coros ),Georg Listing (Bajo y Coros) y Gustav Schafer (Bateria)

Por que te gusta la banda?:Me gusta por que son diferentes a los demas su forma de ser y actuar y por supuesto su musica.Es lo unico que escucho cuando me siento mal o necesito fuerzas para hacer algo o cuando nadie me entiende se que escuchar la voz de Bill cantando me tranquiliza y escuchar los acordes de la guitarra de Tom,el Bajo de Georg o la Bateria de Gustav ellos son los que me hicieron asi y estoy orgullosa de ello.
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MensajeTema: Re: Salón de la Fama   Salón de la Fama Icon_minitimeVie Jun 21, 2013 1:17 pm

Primer concurso de dibujo:

Hacer un dibujo sobre la realidad.
Ganadora: isa_peti


Salón de la Fama 33df8g8
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MensajeTema: Re: Salón de la Fama   Salón de la Fama Icon_minitimeVie Jun 21, 2013 1:18 pm

Segundo concurso de escritura

La reina de los cielos

Escrito por Leeconemi

—Hola Dianne —le dije.
—¡Albert! —dijo toda sonrisas y me saltó encima envolviéndome en un fuerte abrazo.
Entonces nos acostamos en la hierba fría, el rocío aún no terminaba de irse, era una hermosa mañana de mayo, así que mi remera comenzó a mojarse, el pasto adquiría un toque amarillento frente a las estatuas inmutables de ángeles y las placas de piedras.
—¿En qué piensas? —le pregunté, al verla pensativa.
Solía saber en qué pensaba, desde niños que la conocía, pero su rostro no demostraba emociones aquella mañana. Mucha gente se extrañaba que nos gustara ir al cementerio, pero nuestro punto de encuentro era este, porque vivíamos a 2 cuadras del enorme cementerio, y ninguno de los aburridos niños de la escuela estaba allí nunca.
Me tiró su cabello fino y casi blanco sobre la cara, y puso su cabeza sobre mi vientre, comencé a sacudir su largo cabello de mi rostro y a darle tironcitos, ella siempre se enojaba cuando hacía eso.
—Basta Albert, me duele —dijo masajeando su cuero cabelludo mientras me miraba fijamente con una sonrisa divertida.
—¿A la nena le duele? —me burlé de ella.
—Jajaja, muy gracioso —dijo mientras me daba un pequeño pero firme golpe en la panza, en ese punto en el cual duele mucho.
—Ouch, me las pagarás Dianne Stamlie —dije mientras me paraba y la hacía correr entre las tumbas.
—No me atraparás —lo cual era cierto, corría rapidísimo desde que comenzó a practicar atletismo. Pero la alcancé, y la tire a la hierba cuando la tomé de la camisa, caímos los dos entre risas. Este es mi momento, pensé, hace años que la conozco, pero siempre he temido arruinar nuestra amistad, pero no puedo esperar más.
Justo cuando nuestros suaves labios se juntaron, me quedé dormido, o me desvanecí, no sé exactamente, pero la cuestión es que desperté solo, sobre el alambrado del cementerio unas horas más tarde, iba a matar a Dianne por haberme dejado solo, pero de eso me ocuparía después, quería recordar su reacción ante mi beso, pero algo me impedía recordar, algo como una “niebla” se metía en mis pensamientos, muy raro.
El suelo ya estaba seco, un fuerte viento me golpeaba en la cara, las ramas de los árboles totalmente pelados me impulsaban a que me moviera, entonces me decidí y salí por el agujero de mi alambrada favorita, porque estaba cerca de mi casa, y porque era lo suficientemente grande para que pasáramos los dos.
Entonces, con esa horrible sensación de estar olvidando algo, me deslicé por el barro, mi ropa estaba hecha un desastre, pero llegaba un punto en el que no me importaba. Porque mamá se enojaría, pero Dianne y yo nos habíamos besado.
—Dianne y yo nos besamos —dije en voz alta camino a casa, no podía creérmelo, tantos años, mirando sus labios, su cuerpo, y a ella, y por fin, un simple beso lo dijo todo.
Recordé cada una de las peleas que tuvimos, desde las de niños por los dulces, hasta las de ya bastante mayores, cuando ella salía con el deportista sin cerebro, el peor momento de mi vida fue verlos ahí, dentro del cuarto del conserje cuando buscaba mi abrigo, pero qué importa eso.
—¡Dianne es solo mía! —volví a gritar, en un momento de júbilo, salté y caí con ambas piernas, más habilidad atlética de la que había demostrado en toda mi vida, aunque iba al gimnasio, porque no sé... realmente no sé por qué iba al gimnasio, supongo que porque mamá lo pagaba.
Llegué a mi casa y no dije nada, supongo que mi sonrisa era evidente, entonces mamá me preguntó: —¿De dónde vienes tan feliz?
—Del cementerio, estuve con Dianne —dije con una sonrisa aún más grande.
—Oh hijo, lo siento tanto —dijo y rompió a llorar, como siempre hacía en los últimos meses cuando nombraba a Dianne, rayos, no tenía que nombrarla, de la emoción siempre olvido algunas cosas...
—Tranquila, mamá, no pasa nada —la consolé mientras le daba un abrazo, ella estaba enloqueciendo, lo cual no era bueno, mi contacto humano era reducido, mamá, Dianne y ocasionalmente algún profesor que me preguntara algo. Me decidí a llevarla al psicólogo cuando tuviéramos dinero, ella era toda mi familia, y la única fuente de ingresos, porque yo aún no trabajaba.
—Bueno hijo, ve a cambiarte que estás hecho un desastre —le hice caso, fui a mi habitación (no es gran cosa, 4 paredes y una cama, en un estilo totalmente impersonal, en blanco con el acolchado y cortinas en azul).
Me puse mi ropa para la casa, unas zapatillas negras, un jean azul sin absolutamente nada, y una remera negra con un pequeño dibujito gris de un cocodrilo. Normalmente me ponía eso, mi mamá solía burlarse de esa impronta impersonal que yo amaba.
Todo eso nació cuando Dianne y yo éramos niños, en un momento, lo comencé a sentir, necesitaba dormir sin nada de decoración, porque apegarme a las cosas no funcionaba, preferí y prefiero vivir con lo mínimo.
Salí de mi habitación aun sonriente y feliz, nunca en mi vida me había sentido tan... completo.
Tomé el dinosaurio, mi ordenador, y me fijé si Dianne estaba conectada, hacía meses que no lo hacía, y siempre, por alguna extraña razón olvidaba preguntarle el por qué.
Ahora, muchos creían que mi vida era aburrida, pero en realidad era: Dianne, mamá, ordenador y escuela, en ese orden. Fácil, y divertida.
Estaba terminando mi tarea, cuando tomé una ducha, donde encontré que tenía unos moretones extraños, como si me hubiera golpeado contra algo... decidí ocultarlos de mi mamá, ella se preocuparía y probablemente me los había hecho con la caída... la mejor caída que había pasado, entonces ella apareció, yo aun no había terminado de vestirme, y ella apareció entre el humo, me besó, me atrajo hacia su cuerpo, y comenzó a morder mis labios, fuerte, como si quisiera que sangraran... hasta que en un momento se esfumó.
Me quedé descorazonado, ¿por qué se había ido? Tanto que siquiera noté que mi amiga aparecía y desaparecía como si nada.
Salí del baño, finalmente vestido, y completé mi tarea para el lunes, mientras la hacía, pensaba en ella...
—Hey —dijo una voz en mi interior.
No entendía nada, es decir, ¿voces dentro de mí?
—Sí, soy yo —respondió a mi pregunta la voz de Dianne.
¡Dianne estaba dentro de mí! Jamás había sido tan feliz.
—¿Te quedaste con ganas de más allí, verdad?
Rayos, ¿cómo es que ella sabía eso?
—Hoy, por la noche. Yo también quería más, pero puede que tu madre nos hubiera oído. Ya sabes dónde.
Sí, sabía, en el cementerio, era arriesgado, nunca me ha gustado ir al cementerio por la noche... pero ella lo decía y, realmente, no quería no hacerle caso.
Así que esperé a que mi mamá se durmiera, y me deslicé fuera, la niebla cubría todo, mi ropa color negro, mis vaqueros, eran lo único que hacían que recordara que aún estaba vivo, porque ya sabes, entre el frío y lo demás a veces olvidaba a donde iba... cuando llegué ella estaba ahí.
Realmente nunca la había visto así, remera de encaje corta y un short que apenas le cubría algo de las piernas, no temblaba ni nada, entonces... ella me habló en mi mente de nuevo, su voz resonaba en mis oídos, la escena era un poco fantasmagórica, ella parecía sacada de una peli mala de vampiros, por su palidez y belleza, pero era perfectamente normal.
—Viniste —me susurró.
—Claro —mi voz rompió el silencio, y ella se puso el dedo índice entre los labios.
—Acércate —dijo, y lo hice, la tomé de la cintura, comencé a besarla, caímos al piso.
—Te amo —le susurré al oído, tomé mi mano y la llevé a su blusa, ella me tomó le mano, y la atrajo hacia sí.
—Yo más.
Entonces... entonces... entonces, todo sucedió, ella se desvaneció, y se fundió con la niebla, no sin antes golpearme contra una lápida.
La lápida decía:
Dianne Stamlie
Estarás siempre en nuestros corazones
12/01/13
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